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Pistas para aspirantes a ‘social hackers’

En esta entrada, poco más que un conjunto de citas  (para nada escogidas al azar), sobre la idea de ‘hackear’ el sistema.

De la increíble historia de la creación de VISA. Una empresa que todo el mundo conoce, que mueve muchísimo dinero, pero de la que pocos pueden decir quién es el propietario o el CEO, o si cotiza en Bolsa. Una cita de su creador, Dee Hock:

«Understanding events and influencing the future requires mastering of four ways tof looking at things: as they where, as they are, as they might become and as they ought to become.»

Lo más interesante, a mi juicio, este «ought to become«, cómo deberían ser las cosas.

Acerca precisamente de este punto, Geoff Mulgan, uno de los expertos en innovación social en el Reino Unido, apostilla lo que se me antoja un requisito clave para los social hackers:

«We need a new generation of leaders who aren’t just interested in the gadgets and cool stuff – but also have the wisdom to understand what it means.«

Luego queda, por supuesto, la cuestión de cómo poner manos a la obra. Sobre ello, dos citas más. La primera, atribuida a la antropóloga Margaret Mead, apunta a lo que me parece un punto débil de los concursos de ideas y del arquetipo de innovador solitario:

«Never doubt that a small group of thoughtful, committed citizens can change the world. Indeed, it is the only thing that ever has.”

(Quizá lo que habría que hacer es encontrar a quien patrocinara concursos de equipos de estos thoughtful, commited citizens).

La última cita, también de Dee Hock, es una reflexión sobre el liderazgo necesario para que la perspectiva, la sabiduría y los equipos tengan oportunidades de cambiar el futuro, incluso si el sistema a cambiar parece a primera vista poco permeable a los cambios. Dee Hock propone es que el líder debería dedicar el 50% de su esfuerzo a liderarse a sí mismo y el 25% a liderar a sus jefes, dividiendo el resto entre los iguales (20%) y los subordinados (5%). La receta entonces es aplicarse el cuento, y replicarlo. Porque,

«If those over whom you have authority properly manage themselves, manage you, manage their peers and replicate the process with those they employ …»

… entonces hasta lo improbable puede hacerse posible.

Se trata ahora de ver si podemos aplicar estas recetas para cambiar algunas de las cosas que tantos estamos de acuerdo en que se habrían de cambiar.

¿Alguien se apunta?

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Aquí también nos convendría un poco más de STEAM

STEAM.030John Maeda, el Presidente de la Rhode Island School of Design, y autor de como mínimo un libro imprescindible, lidera la causa «From STEM to STEAM«.

La idea es conseguir que se otorgue a las Artes la misma relevancia que a las STEM (Science, Technology, Engineering and Math). Copio de su página Web los motivos que esgrime:

In this climate of economic uncertainty, America is once again turning to innovation as the way to ensure a prosperous future.

Yet innovation remains tightly coupled with Science, Technology, Engineering and Math – the STEM subjects. Art + Design are poised to transform our economy in the 21st century just as science and technology did in the last century.

We need to add Art + Design to the equation — to transform STEM into STEAM.

Me parece tanto o más necesaria esta iniciativa aquí que en los EEUU. También por los motivos reflejados en la imagen, extraída también de una presentación de John Maeda. Para poner a los ilustrados-TIC, cuya capacidad o disposición para plantear las cuestiones relevantes se me antoja cada vez más limitada, en el sitio que les corresponde. Porque es cada vez más frecuente que desde la óptica de la tecnología, sobre todo desde la tecnología que gusta de aparecer en titulares, se generen, más que otra cosa, soluciones en busca de problemas. O, en todo caso, soluciones a problemas que no son los que más importan.

¿Alguien se apunta?

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Hay tecnologías disruptivas y super-disruptivas

Blog 2013.012Hoy me ha interesado

… la noticia (gracias, Diego) de un nuevo informe de McKinsey sobre el impacto de una serie de tecnologías disruptivas. Entre otros datos de interés, contiene la gráfica que he colgado en mi tablero, porque muestra:

  • Diferencias de orden de magnitud en el impacto de tecnologías diversas.
  • Nula correlación entre el impacto previsto de una tecnología y su repercusión en los medios.

Me sorprenden:

  • La baja repercusión que el informe asigna a las energías renovables y, en menor medida, a la impresión 3D.
  • La muy alta repercusión económica (y baja mediática) que McKinsey espera de la automatización de las actividades de conocimiento, mayor que la de los robots avanzados. Algo que, si tienen razón, tendría una implicación (negativa, entiendo) en las perspectivas de empleo de muchos, incluyendo los propios analistas de McKinsey.

¿Qué os parece?

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Ambición aumentada, realidad disminuida

Blog 2013.010Hoy me ha interesado

… revisar la colección de artículos sobre Google Glass que he ido almacenando durante las últimas semanas. Un producto que constituye un buen ejemplo, creo, de la ideología del solucionismo a la que Morozov dedica su último libro (interesante, aunque le sobran por lo menos 100 páginas).

Me han interesado mucho más las reseñas que reflexionan sobre el qué y el por qué del gadget de Google (la del propio Morozov en el New York Times y ésta del New Yorker) que las (muchas) disquisiciones sobre su futuro éxito o fracaso (adjunto una relación al final).

Mi modesta contribución al asunto consiste en enlazar el anuncio de Google con la afirmación de su ex-CEO, en Barcelona hace 10 años, de que los móviles son convierten en cyborgs del buen género. Me alarmó, porque lo decía satisfecho. Seguro que ésto de las gafas también le encantará.

Ambición aumentada (la de Google) para cyborgs adictos a una realidad disminuida (filtrada por Glass). Personalizada a medida, eso sí, de cada uno. Gafas para manejarse en una realidad líquida que exige soluciones biográficas a las contradicciones del sistema (Bauman). Tal vez para ser mejor manejados por quienes no tienen interés en que fijemos la vista en precisamente esas contradicciones.

Más referencias:

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Ser nativo digital no es una garantía

Hoy me ha interesado

Blog 2013.009… esta comparativa internacional sobre el desempleo juvenil. Mucho más acusado en España que en otros países. Pero también presente allende, y al parecer sin muchas perspectivas de mejora a corto plazo.

La salvación (del desempleo) no está en lo digital. No sólo en lo digital, por lo menos, como la gráfica indica. Será cuestión de ponerse (también) con el resto, incluyendo lo que apuntaba en una entrada anterior.

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La (in)soportable levedad de los concursos de ideas

Emprendedores Ideas.029

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Hoy me ha interesado

… comentar la proliferación de ‘concursos de ideas’ (ejemplos al final de esta entrada), incluyendo dos promovidos ahora mismo desde el Ayuntamiento de Barcelona (más enlaces al final de esta entrada):

  • «La casa de las ideas«, orientado a imaginar soluciones para el problema de la vivienda en Barcelona.
  • «Apps&Cultura«, que tiene como objetivo el desarrollo de apps que mejoren el acceso a la cultura y la promoción de la creación.

Estoy seguro de que esos concursos son bien intencionados, pero menos convencidos de su efectividad práctica. De hecho, creo que, puestos a intentar solucionar algunos de los (nada triviales) problemas de nuestro entorno actual, los concursos de ideas no son la mejor idea. Tampoco lo sería, puestos a ello, hacer un concurso de ideas acerca de alternativas a los concursos de ideas.

¿Por qué?

  • Porque no está claro que suframos sólo una crisis de ideas, sino en gran medida (también) una crisis  de ejecución. Muchas veces sabemos lo que necesitamos o lo que querríamos hacer, pero no cómo conseguirlo. En este sentido me parece muy interesante (y creativa) la convocatoria de este concurso de innovación social para quienes no tienen nuevas ideas.
  • Porque una idea, incluso una buena idea, no vale apenas nada si no se pone en práctica. Algunos inversores utilizan como guía el criterio de la figura para tomar decisiones sobre una propuesta. La idea pesa un 20% de la decisión, el modelo de negocio un 30% adicional y el equipo que la respalda un 50%. Si este criterio fuera acertado,  organizar concursos de equipos sería más interesante que organizar concursos de ideas.
  • Porque hay gente, es mi caso a menudo, que se apuntaría a colaborar a buscar respuestas a un reto, sin tener necesariamente ‘a priori’ una idea brillante que aportar.
  • Porque en demasiadas ocasiones, la promoción de un concurso de ideas parece un intento de quienes lo convocan de enmascarar su falta de compromiso en solucionar los problemas que el concurso plantea. En particular, es habitual que las ideas no premiadas (la mayoría) se pierdan, y que incluso las premiadas tengan un premio simbólico, lejos del acompañamiento necesario para ponerlas en práctica.

Por todo ello, alguien suficientemente malpensado podría concluir que  (algunos) promotores de esos concursos tienen más interés en promover su marca que en comprometerse al buen fin de las ideas presentadas. Que estarían, conscientemente o no, aprovechando el tirón del crowdsourcing para utilizar las ideas y a quienes las proponen como materia prima poco menos que deshechable. Un riesgo para las marcas que adoptan esas prácticas.

Suficiente por hoy. Dejo para una próxima entrada comentar lo que considero fallos importantes de diseño de uno de los dos concursos del Ayuntamiento mencionados al principio. Entretanto,

¿Qué os parece la proliferación de concursos de ideas?

Anexo: Una lista nada exhaustiva de enlaces a concursos (todos ellos orientados a la innovación social, pero muy desiguales en cuanto a planteamiento y alcance):

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CríTIC@s escépTIC@s en The New Yorker

New Yorker JobsHoy me ha interesado …

… el distanciamiento crítico con el que «The New Yorker» trata los asuntos relacionados con las TIC.

Un ejemplo. John Cassidy, colaborador habitual de la revista y un relator imprescindible de la crisis financiera, escribe acerca de «What Happened to the Internet Productivity Miracle«. El crecimiento de la productividad en EEUU durante los años 90, dando origen al mantra de «nueva economía» parece haberse estancado:

«Since the start of 2005, productivity growth has fallen all the way back to the levels seen before the Web was commercialized, and before smart phones were invented».

No parece haber un acuerdo sobre las causas. Una de ellas podría simplemente ser, como argumenta este reputado economista (.pdf) que las últimas maravillas tecnológicas, como los smartphones y las tabletas no son innovaciones tan radicales ni tan orientadas al aumento de productividad como las que hicieron posible la Revolución Industrial o incluso el principio de la sociedad de la información. De otra parte, las aplicaciones emergentes (como Facebook, Twitter y las redes sociales) parecen perseguir menos el crecimiento económico que el aumento de un difuso sentimiento de bienestar («to feel connected«).

Más en la misma línea. Hace un tiempo, la entrevista de The New Yorker  a Peter Thiel, uno de los fundadores de Paypal, empezaba así:

Peter Thiel pulled an iPhone out of his jeans pocket and held it up. “I don’t consider this to be a technological breakthrough,” he said. “Compare this with the Apollo space program.”

Dando la vuelta a esta reflexión, quizá fuera pertinente pedir a los que impulsan la industria TIC (y a los ilustrados-TIC que hacen de voceros) una lista de objetivos específicos de estos desarrollos. Para comparar. Seguro que ya hay listas de este estilo (agradeceré a quien me dé pistas), pero quizá ninguna de ellas valga como referencia sólida.

Podría seguir, pero será en próximas entradas. Cierro volviendo a mi reflexión inicial. Es evidente que hay mucho talento detrás de The New Yorker. Un talento por demás nada sospechoso de ludismo. Sus críTIC@s al pensamiento único que parece emanar de Silicon Valley me parecen saludables. Sin embargo, falta todavía, más allá de la crítica, armar discursos alternativos lo bastante sólidos y convincentes. Ello es posible y en ello estamos.

Saludos cordiales.

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SMART no es lo mismo que inteligente

SMARTHoy me ha interesado

reflexionar acerca de la traducción de ‘smart’ por ‘inteligente‘, habitual en la prensa tecnológica y entre los ilustrados-TIC.

Constato, para empezar, que en las versiones online de los diccionarios de Oxford y Collins (supongo que no sólo en esos dos), ‘smart‘ no es sinónimo de inteligente. Como adjetivo, es equivalente a (Oxford)

(of a person) clean, tidy, and well dressed:you look very smart
(of clothes) attractively neat and stylish:a smart blue skirt
(of an object) bright and fresh in appearance:a smart green van
(of a place) fashionable and upmarket:a smart restaurant

Me encaja. Cuando para una fiesta o una reunión indican que el ‘dress code‘ es ‘smart casual‘ no están pidiendo que lleves ropa informal e inteligente.

En la misma línea, estaría de acuerdo en que un ‘smartphone‘ es un teléfono con todas las cualidades que el Oxford atribuye al calificativo ‘smart‘. Pero que no es inteligente, porque sólo es capaz de hacer aquello para lo que está programado. No tiene la capacidad de sorprender. Es útil, por supuesto, pero aburrido.

Aún más en la misma línea, me atrevería a aventurar que ninguno de los ‘smart watches‘ que según parece preparan (por lo menos) Apple, Google y Samsung será inteligente. De hecho, si los pronósticos sobre su apariencia son acertados, creo que serán incluso menos ‘smart’ (en el sentido Oxford) que los IWC o Longines que atesoro.

En el fondo, lo que me preocupa de este asunto es que a fuerza de atribuir inteligencia a lo que como mucho es sólo ‘smart’ se esté socavando la esencia de la propia inteligencia. Más preocupante aún me resulta la intuición, apuntada por autores como Jaron Lanier o Fred Turner, de que la promoción de este equívoco no sea casual, sino la manifestación de una estrategia (nada casual ni desinteresada) de presentar a las (capacidades de las) personas como obsoletas para que así los ordenadores parezcan más avanzados.

Porque, como comentaba en una entrada anterior,  la historia demuestra que la tecnología y los artefactos tecnológicos se impregnan de ideología. En concreto, resulta cada vez más evidente que los ciberlibertarios que más proclaman las virtudes liberadoras de la tecnología están más próximos a la ideología del neocapitalismo asocial que a lo que en un tiempo fueron posiciones de izquierda.

Cito de una obra reciente:

«A pesar de la retórica revolucionaria y transformacional que rodea el desarrollo de las infraestructuras de información en red, en la práctica es tan probable que refuercen como que desestabilicen el orden instituciones existente».

Será cuestión de andarse con cuidado.

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Aquí hace falta una innovación disruptiva

Hoy me ha interesado

… leer en la HBR un artículo sobre la disrupción de la innovación disruptiva. Merece, creo, una crítica reposada, que prepararé para una próxima entrada.

Antes de ello, la lectura del artículo me ha recordado dos datos que llaman a gritos a una buena innovación disruptiva.

GDP EEUUEl primero, extraído del New York Times muestra el aumento del peso porcentual en el PIB de los beneficios empresariales de los EEUU durante los últimos 30 años, junto con un descenso paralelo de las rentas de las personas.

Se me ocurrió primero que esa tendencia era sólo el resultado del capitalismo puro y duro de los yanquis. Pero no.

PIB Rentas E

Datos INE. Gráfico El País.

Porque en las mismas fechas El País publicaba el gráfico que acompaño. Que, si lo interpreto correctamente, señalaría que el peso porcentual de los salarios en el PIB español es menor que en EEUU. Y también que, con la excepción de la época de la burbuja inmobiliaria, las tendencias de evolución de los salarios y de los beneficios empresariales durante la última década son idénticas en ambos países.

Añadiría, sin especular que haya necesariamente una relación causa efecto, que la tendencia a la pérdida de peso de los salarios coincide (más claramente en el caso de EEUU) con el despegue de las nuevas TIC: el PC en los 80, Internet en los 90. Pero tal vez se trate sólo de una casualidad, no una causalidad.

¿Qué hacer para invertir, o por lo menos equilibrar, estas tendencias?

Una posibilidad sería publicar un manifiesto, quizá con el lema: «Asalariados del mundo, espabilad!!!»

Otra, que me parece más atractiva, sería plantear esta cuestión como un reto de innovación disruptiva a los entusiastas de la innovación social. Y, si el reto pareciera poco, añadiría la propuesta de que lo patrocinara alguna de las empresas que lideran las campañas de reputación social corporativa.

¿Sugerencias? ¿Comentarios?

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En algo tendríamos que poder confiar

«Without trust, nothing works«.
Manuel Castells, «Networks of Outrage and Hope«.

Hoy me ha interesado … leer con calma el suplemento especial que The Economist dedica a los países nórdicos. En el que propone que «Politicians from both right and left could learn from the Nordic countries«. Me parece una buena recomendación en general, porque estos países figuran en los primeros lugares de los rankings mundiales de muchas buenas cualidades: competitividad, cohesión social, transparencia. Y también en el desarrollo de la sociedad de la información, por más que para algunos de ellos (como Dinamarca) no sepamos apenas nombrar ninguna empresa TIC puntera. Un tema, este último, que reservo para otra entrada.

blog 130208

Datos: Eurobarometer 2010. Elaboración propia.

Una de las conclusiones de The Economist es que los países nórdicos funcionan bien gracias la calidad de sus instituciones, que merecen un alto grado de confianza por parte de sus ciudadanos. Lo cual me ha motivado a desempolvar los datos de una encuesta del Eurobarometer acerca de este punto. Los resultados recogidos en la gráfica, que compara los datos de España con los de Dinamarca, Suecia y Finlandia, hablan por sí solos.

blog 130208 2

Datos: Eurobarometer. Elaboración propia.

Preocupante, sin duda, aunque conocido. Pero más todavía cuando se considera conjuntamente con los resultados de otro Eurobarómetro, según el cual muy pocos españoles, muchos menos que los nórdicos, confiamos en nosotros mismos como rectores de nuestras vidas. Como resulta que, siempre según el Eurobarómetro, los españoles seríamos también menos creyentes que los nórdicos, nos quedan pocas agarraderas de esperanza: Ni la Divinidad, ni las instituciones políticas, ni nosotros mismos. Algo habría que cambiar. ¿Por dónde empezamos?

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