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Liquidando a Roosvelt

En The Economist escriben sobre el debate, actualmente en los tribunales de los EEUU y pronto en otros, acerca de si los conductores de Uber (o los de las franquicias de McDonald’s) han o no de ser considerados como empleados.

En coherencia con su ideología liberal, The Economist sostiene que:

«The fundamental problem is that in America, as in many other rich countries, employment law has failed to keep up with the changing realities of modern work. Its labour rules are rooted in a landmark piece of legislation, the Fair Labour Standards Act, passed in 1938 during Franklin Roosevelt’s presidency. […] America needs to update its employment law to take into account the fact that FDR is no longer president.«

La «Fair Labour Standards Act» fue una parte del «New Deal» que Roosvelt promovió para paliar las consecuencias de la Gran Depresión. Sus objetivos: «Relief, Recovery, and Reform.» (Alivio, Recuperación y Reforma). Con más intervención de las Administraciones. Justo lo contrario de lo que los Uber-fans, piden ahora.

El argumento de The Economist, que es también el de empresas como Uber, es que:

«The on-demand economy has been a dramatic success not just for consumers but also for workers seeking flexibility […]  Policymakers need to recognise that people want to work more flexible hours and that technology has made it possible to create spot markets in surplus labour and idle assets.«

Pero la flexibilidad es un concepto de doble uso. (Richard Sennet ha escrito muy bien sobre ello). Nos gusta que nos concedan flexibilidad (no sólo en el trabajo), pero nos cuesta mucho más aceptar que nos la pidan, y más aún que nos la impongan.

Sostengo que el verdadero objetivo de empresas como Uber y de los inversores especulativos que las apoyan es hacer saltar en pedazos la regulación de áreas importantes de la economía. Aquellas en las que no impera su versión del libre mercado. Especulan a favor de las dificultades (o tal vez la incapacidad) de los mecanismos democráticos de regulación para responder al impacto de determinados usos de los avances tecnológicos. Son tan ambiciosos y amorales como los financieros que les apoyan. Quieren un «New Deal», pero al revés. Liquidar las instituciones.

Cito de un libro reciente de Zygmunt Bauman:  «El poder del Diablo reside en su maestría en el arte de la falsificación.» Pues eso.

 

 

 

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The System is Failing, Hack the System

El Roto 29_01_2014

El Roto, en El País de 29/01/2014. Si fueran sólo los de mediana edad …

Sigo dando vueltas a la tesis de The Economist que comentaba en mi última entrada: A corto, y quizá también a medio plazo, la extensión de los usos de las TIC destruye puestos de trabajo y refuerza la concentración de capital.

(Lo predijo Manuel Castells en su momento. El paradigma informacional desplaza al industrial porque resulta más eficiente en la acumulación de dinero y de poder).

Entretanto seguimos oyendo día sí y día también propuestas para seguir impulsando el avance de las TIC. Sin contrapesos, sin al parecer preocuparse demasiado de sus efectos a corto plazo. Recuerdo todavía, por ejemplo, el panegírico que un autor, olvidable a mi juicio, escribía hace unos años en un libro de un cierto éxito:

«Estamos haciendo un viaje nocturno. Hemos dejado atrás la ciudad analógica y avanzamos veloces en el automóvil de la tecnología por el amanecer digital, camino de su luminosa y prometedora mañana.«

Pues va a ser que no. El argumento de que el desarrollo tecnológico ha sido y seguirá siendo una herramienta de generación de abundancia es convincente. Pero en la apología de la abundancia que hace en un reciente libro el fundador de la Singularity University, la abundancia de trabajos no aparece por ningún lado. Tampoco aparece la más mínima disposición al intento de gestionar de algún modo los daños colaterales que ya se están haciendo visbles. Sobre esta cuestión, The Economist escribía hace ya unos años que:

«Technological progress, just like trade, creates losers as well as winners. The Industrial Revolution involved hugely painful economic and social dislocations—though nearly everybody would now agree that the gains in human welfare were worth the cost.«

Se me antoja que la debilidad principal, quizá la única, de la argumentación que The Economist lleva una década manteniendo es no cuestionar el sistema que genera los daños colaterales. Un sistema basado en el predominio de una ideología económica que justifica ese impulso sin matices al desarrollo tecnológico, atribuyendo la responsabilidad (y por tanto los daños colaterales) a la mano invisible del ‘mercado’.

Ante el dictat de una innovación disruptiva y una destrucción creativa que no dan valor a lo que destruyen o disruptan habría que considerar una postura radical, como la propone The Guardian:

«The system is failing, hack the system. Social entrepreneurs aren’t going far enough to create systemic change. What we need are social entrepreneurs who hack the hell out of the current system, destroy it and create new systems […] Neoliberals and Marxists both believe in «creative destruction», so let’s get to it.»

Lo que se trata pues es de poner juego ‘social hackers‘ tan capaces y ambiciosos como los ‘hackers’ tecnológicos que por el momento dominan la escena.

¿Alguien se apunta? ¿Sugerencias?

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Que Bauman y The Economist coincidan no es coincidencia

Economist 140118

From: The Economist, 18/01/2014

Dos recientes artículos de The Economist (1 y 2) sobre el impacto futuro de las Tecnologías de la Información (las TIC) en el empleo y lo salarios merecen ser leídos y debatidos, como mínimo por los que nos interesamos por las interacciones entre tecnología y sociedad.

Porque el panorama que pinta The Economist, cuyas posiciones son habitualmente comedidas, es para preocuparse. Sus conclusiones incluyen algunas como las siguientes.

La primera, ya conocida, es la perspectiva de la desaparición de muchos de los trabajos actuales:

«Technical change is increasingly taking the form of capital that effectively substitutes for labour […] One recent study by academics at Oxford University suggests that 47% of today’s jobs could be automated in the next two decades.»

Esta ola de innovación disruptiva genera a corto plazo desigualdades también disruptivas:

«America may be pioneering a hyper-unequal economic model in which a top 1% of capital-owners and “supermanagers” grab a growing share of national income and accumulate an increasing concentration of national wealth […] For workers the dislocating effects of technology may make themselves evident faster than its benefits. Even if new jobs and wonderful products emerge, in the short term income gaps will widen, causing huge social dislocation and perhaps even changing politics.»

Tomando como referencia el precedente de la Revolución Industrial (el único que tenemos acerca del impacto social de un cambio drástico de la base tecnológica), y apoyándose también en las opiniones de varios académicos poco sospechosos de alarmismo, los efectos de esta disrupción, de hecho iniciada ya en los 80, podrían plausiblemente prolongarse una o dos décadas más.

La conclusión final es que:

«Society may find itself sorely tested if, as seems possible, growth and innovation deliver handsome gains to the skilled, while the rest cling to dwindling employment opportunities at stagnant wages.»

The Economist acaba recordando que, como explicaba muy bien en la misma revista Peter Drucker hace más de 10 años, la época de las revoluciones industriales fue un época de innovación tecnológica, pero todavía mucho más de innovación social e institucional. Sería pues el momento de la innovación en políticas que vayan más allá de facilitar (a ciegas, diría yo) el discurso hiper-tecnológico.

«Adaptation to past waves of progress rested on political and policy responses […] Today’s governments would do well to start making the changes needed before their people get angry.»

Ahí es donde Bauman, cuya ideología no es precisamente afín a la de The Economist, coincide al concluir su último libro que:

«Parece que necesitamos que se produzcan catástrofes para reconocer y admitir que podían producirse. Es un pensamiento escalofriante, quizá el que más. ¿Podemos refutarlo? Nunca lo sabremos si no lo intentamos: una y otra vez, y cada vez con más fuerza«.

El problema, en absoluto menor, es que no esté nada claro dónde vale la pena apuntarse para empezar. Para generar ideas, discursos y planes alternativos a los de gente como la Singularity University o mis muy apreciados ilustrados-TIC.

¿Sugerencias?

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¿Nos sacarán de la crisis los MBA? Opiniones divididas

Debate MBAHoy me ha interesado … sopesar las recomendaciones del libro de Brynholfsson sobre la polarización de la distribución de ingresos y de trabajos como consecuencia de las TIC. Un asunto sobre el que estos días se acumulan referencias poco optimistas. Según un artículo que he pillado hoy, habría un consenso amplio en que:

«The developed world may face years of high middle-class unemployment, social discord, divisive politics, falling living standards and dashed hopes

También parece haber un consenso en que las soluciones, si las hay, pasan por «acelerar la innovación organizativa y la creación de capital humano«. Como me cuesta imaginar que la implantación real de innovaciones organizativas pueda hacerse sin desarrollar el capital humano, he escogido centrarme en este segundo flanco. Que exigiría, como mínimo, un esfuerzo masivo en educación.

Tengo el archivo lleno de referencias sobre nuevas propuestas educativas, por lo que dejo este asunto para futuras entradas. Hoy me conformo con recordar la conclusión de un reciente debate en The Economist, que preguntaba si el mundo iría mejor o peor con menos MBAs.

Me parece interesante, y muy británico, que el debate quedara en tablas. Lo que indica que hay como mínimo una expectativa razonable de que la mejor manera de mejorar la economía no pase por las escuelas de negocio. (Confieso que esa fue la postura que apoyé).

Pero entonces, ¿cuáles serían las mejores alternativas para formarse en empresas, negocios, innovación y emprendimiento al margen de los MBA?

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¿Confiar al FMI las políticas laborales?

El recorte colgado en mi tablero procede de un discurso reciente del Director General del Fondo Monetario Internacional. Dado que todo el mundo coincide en el origen financiero de la crisis, me parecería como mínimo algo ingenuo esperar que una institución ha puesto y pone sus prioridades en lo financiero se ocupe de corazón de la cuestión laboral.

De hecho, por si acaso se preocuparan de arreglar el mundo del trabajo con el mismo fervor con el que han cuidado del financiero, he dejado en el recorte el contacto con el departamento de relaciones externas del FMI. Por si alguien se apunta a pedirles que, por favor, no lo hagan. Bastante trabajo tienen ya, pienso yo, con arreglar los entuertos de aquello de lo que se supone que entienden.

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Vivificar (y revalorizar) el trabajo

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Otro ‘post’, como el anterior, con comentarios sobre el trabajo. En un artículo en El País del pasado día 12 de Enero, Vicente Verdú escribía:

Un inmenso porcentaje de la población suma al esfuerzo de su obligación laboral la tarea de soportar un grave malestar crónico que les acompaña día tras día. ¿Puede esperarse que la producción, la productividad, la creatividad, la ética, la civilización, la satisfacción se logre a partir de esta inicua plataforma? […]

Dentro de este cuadro no hay en puridad buenos y malos, sólo directivos y subordinados, empresarios, asalariados, autónomos, funcionarios y funcionarias.

No me imagino a Vicente Verdú, al que no tengo el gusto de conocer, aunque sí de leer, con este perfil. Pero debe saber, como yo, como seguramente muchos de nosotros, sobre más de uno que lo sufre.

El aforismo de que el trabajo dignifica no se respeta en la sociedad líquida, en la que el trabajo se considera una mercancía (el «mercado de trabajo«), cuando no como una ‘commodity‘. Una ley de bronce de lo que no se escapan ni siquiera muchos de los que nominalmente serían trabajadores del conocimiento, porque en el «mercado» de trabajo no necesariamente se «valoriza» el conocimento ni el talento.

La cuestión no es nueva. En la sociedad líquida, los individuos, también en su faceta de profesionales, se ven forzados a buscar soluciones biográficas a las contradicciones del sistema. Una de las cuales es que apenas se encuentre tiempo, entre el que deja precisamente el trabajo que no vivifica, para cultivar esas soluciones biográficas.

Muchos y buenos autores, mejores que yo, han escrito sobre ello. Recomiendo a Gorz, recientemente fallecido, y a un estupendo ensayo de Richard Sennett, una reflexión sobre las facetas de la «flexibilidad«.

La cuestión viene a cuento en sí misma, pero también para tirar del hilo del espíritu de la Web 2.0 al que hacía referencia en un ‘post anterior‘. Vicente Verdú concluye que:

¿Cómo admitir que la infeliz ordenación de la existencia laboral deba asumirse sin protesta? […] El fracaso de las utopías sociales arruinó las ideologías políticas del siglo XX, fomentó el escepticismo sobre los programas y desacreditó a los líderes políticos. Hace ya tiempo que la esperanza en la transformación del sistema parece enterrada […] y nadie, prácticamente, se asocia para cambiar los fundamentos del sistema. En cuanto a los gobiernos y sus líderes, se hallan tan absorbidos en el arduo empeño de mantener el poder o conquistarlo que la población constituye un borroso paisaje de electores, vagas aglomeraciones humanas que votan o se encrespan tan sólo por un rato.

En un entorno afín a Internet y las tecnologías, esta declaración tiene todos los atributos de una causa que se apoyara en la Web 2.0. Pero, por el momento, el espíritu dominante en la Web 2.0 parece otro. Más cercano al de las tantas relaciones superficiales y banalidades microblogeadas que enamoran a unos cuantos TIC-ilustrados y valorizan a los accionistas de Facebook y MySpace, por ejemplo.

Pero hay alternativas. Por lo menos, pueden pensarse, que siempre es el primer paso.

Cualquier comentario, de adhesión o crítica, será bienvenido, como siempre.

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Metamorfosis del trabajo (y sociedad de la información)

andre-gorz.jpgLa prensa de estos días ha traído noticia del fallecimiento de André Gorz, un sociólogo que hizo muchas y valiosas contribuciones al análisis del rol del trabajo y del cambio del rol del trabajo en las sociedades modernas.Uno de mis favoritos entre sus libros («Metamorfosis del trabajo«) empieza recordando que

Lo que nosotros llamamos ‘trabajo’ es una invención de la modernidad.

O sea, una invención que puede ser reinventada en un cambio de época. Que, de hecho, tendrá probablemente que ser reinventada si la modernidad estuviera en crisis. Y lo está. Que necesitará ser reinventada a medida que avance lo que llamamos «sociedad de la información».

Si traigo a Gorz a colación, aparte de por honrar su memoria y por respeto a su obra, es por su envite a superar el concepto de trabajo heredado de la sociedad industrial, el mismo subyacente a la ética weberiana que comentaba en mi ‘post’ anterior.

La sociedad de ‘trabajo’ está caduca: el trabajo no puede servir ya de fundamento para la integración social.

Aparte de añadir que Gorz era un pensador alineado sin reservas con lo que se denominaba «la izquierda», que cada cual saque sus propias conclusiones.

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