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Sobre tecnología y poder, en otra pizarra

Creo que vale la pena prestar atención a la gráfica adjunta, extraída del siempre interesante informe anual sobre Internet de Mary Meeker (KPCB).

Internet_Trends_2015 (arrastrado)Lo que muestra, a mi juicio, es que Internet ha tenido hasta ahora menor impacto en los sectores que podríamos agrupar como ‘sociales’ (gobierno, salud, educación) que en los ‘capitalistas’ (consumo, negocio), por llamarlos de algún modo.

La interpretación lógica sería que el impacto de Internet ha sido mayor en los sectores en los que alguien se ha aplicado más a generar impacto. Que, tal como está el mundo, son los mismos en los que inversores han volcado más capital.

Lo cual me sugiere añadir la tecnología a la pizarra de mi ‘post’ anterior sobre el poder.

150717 Blog

Es obvio que una sola pizarra no puede recoger toda la complejidad de la realidad. Pero si lo que recoge es cierto ya da qué pensar. Hay quien, desde el mundo de las finanzas, considera la tecnología como un arma más para cambiar la sociedad, cortocircuitando la política si conviene a su particular beneficio. La cuestión de la privacidad y el uso de los datos personales sería un buen ejemplo de ello.

Visto así, y simplificando, el CEO de Uber (como arquetipo del colectivo de emprendedores disruptivos) adquiere, más que la de un héroe, la imagen de un mercenario extraordinariamente bien pagado.

 

 

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Uso y abuso del calificativo tecnológico

Goldman Sachs

Más sobre la relación (¿concubinato?) entre TIC y finanzas que apuntaba en una entrada anterior.

Me ha llamado la atención este titular de un artículo en Business Insider.

Según parece:

  • El banco de negocios Goldman Sachs tiene en nómina unos 9.000 programadores e ingenieros TIC (más que Facebook, más que el conjunto de empleados de Twitter).
  • Los CEOs e inversores de capital riesgo en Nueva York se quejan de que los mejores tecnólogos acaban por irse a trabajar a Wall Street.

El sector de los servicios financieros globales, del cual Goldman Sachs es una empresa destacada, tiene una cierta mala imagen. Muchos les consideran (consideramos) como responsables (co-responsables) de la crisis del 2007, de la cual aún arrastramos las consecuencias.

¿Es posible que las empresas del sector financiero pretendan vestirse como empresas de alta tecnología para tener mejor imagen?

Al fin y al cabo, Google o Facebook se presentan como empresas de tecnología, cuando de hecho son del sector de marketing y publicidad. ¿Tendrían la misma aura como empresas de ese sector?

(Zara, por contra, aunque tiene un sustrato tecnológico evidente, se ubica y es ubicada claramente en el sector de la moda de consumo.)

Si una empresa que se identificara como de marketing y publicidad nos pidiera la información que cada día entregamos (más o menos inconscientemente) a esas ‘empresas tecnológicas’, ¿se la daríamos tan alegremente?

No quiero parecer paranoico. Pero me parece cada vez más evidente que hay quien utiliza la magia (indudable) de la tecnología y el progreso (tecnológico)  como cortina de humo para encubrir otros proyectos, objetivos y designios.

 

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El FMI culpa a la tecnología

Reproduzco un fragmento de la entrevista a Christine Lagarde,  Directora del Fondo Monetario Internacional, publicada en El País:

Q: Se suele decir que la tecnología, el comercio internacional, el sistema financiero y las políticas gubernamentales son los principales motores de la desigualdad. ¿Cuál de estos factores considera que es más culpable?

A: “La tecnología”, replica, pero también el mundo de las finanzas.

Se me ocurren por lo menos tres reacciones a esta respuesta.

  1. Los del FMI, echando balones fuera (una vez más).
  2. Una respuesta inteligente, aunque también evasiva. Porque echa la culpa a la tecnología, desviando la atención sobre la influencia (enorme) del mundo financiero en la tecnología. Captando talento tecnológico y científico para crear productos complejos (y seguramente prescindibles), algunos de los cuales con daños colaterales conocidos. Respaldando a los quasi-monopolios tecnológicos, como Facebook, sobre cuyo impacto social habría mucho que discutir.
  3. Lanzando un reto a los que nos resistimos a aceptar sin réplica la falacia de que tecnología equivale automáticamente a progreso, y mucho menos a progreso social.

Se sabe hace tiempo que la tecnología y los artefactos tecnológicos tienen política. Pero hay escasez de visión política entre la mayoría de los forofos de la tecnología. También poca visión de lo político  entre los que incluyen la tecnología en ‘su‘ agenda polítca. Y pocos políticos o politólogos que de verdad hinquen el diente al asunto, más allá de alguna incursión retórica y superficial (como ésta, en mi opinión).

En un artículo de hace ya algún tiempo,  Joan Subirats reclamaba»politizar y problematizar algo [la tecnología] que no tiene nada de neutral ni aséptico«.  Hace falta una nueva gobernanza de lo tecnológico. En la producción (que probablemente se nos escapa). Pero también en la adopción, que depende sólo de nosotros. ¿Alguien se apunta?

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¿Hacia una desigualdad exponencial?

Me desconcierta la repercusión positiva que tiene entre españoles el hecho de que la Singularity University celebre un evento en Sevilla. Porque creo que hay argumentos suficientes para adoptar una postura prudentemente escéptica, si no directamente crítica, ante las propuestas de esta Universidad de Silicon Valley.

Según se muestra en su Web, la misión de esta peculiar Universidad es:

«To educate, inspire and empower leaders to apply exponential technologies to address humanity’s grand challenges

Uno de los argumentos que repiten (hasta la saturación) es que la Humanidad tiene por delante una época de abundancia prácticamente ilimitada (exponencial 😟), como resultado de desarrollos tecnológicos emergentes (también exponenciales 😟) .

Pero, incluso sin profundizar demasiado, hay dos cuestiones importantes que evitan abordar en sus proclamas:

  • Cómo generar abundancia de trabajos de calidad. Porque muchas de estas tecnologías exponenciales tienen un componente de automatización que más bien tiende a reducir o precarizar los trabajos.
  • Cómo repartir los beneficios de esa abundancia material, cuando está sobre la mesa que la desigualdad lleva años creciendo y que el aumento de la desigualdad frena el crecimiento económico.

Lo que la gente de la Singularity oculta cuidadosamente(‘the winner takes it all‘) es que su ideología neoliberal propicia el aumento de la desigualdad. Como de hecho se ejemplifica en el propio Silicon Valley. Para muestra, extractos de un artículo reciente en Technology Review:

«Technology is the main driver of the recent increases in inequality. It’s the biggest factor.”

“Silicon Valley is a look at the future we’re creating, and it’s really disturbing. Many of those made rich by the recent technology boom don’t seem to care about the mess they’re creating.”

Me atravo a sugerir que la ausencia de un sistema de gobernanza adecuado a los nuevos tiempos es uno de los más grandes retos de la humanidad. Un reto que la Singularity U. no incluye entre los que propone abordar. Porque, me temo, saben que sus propuestas («We don’t have to wait for governments to get around our problems.«) contribuyen a aumentar (exponencialmente 😟 ) el problema, más que a reducirlo. Tienen razón cuando sostienen que «Putting the breaks on technology just won’t work.» Porque la tecnología no tiene ningún efecto. Porque donde en todo caso hay que poner los frenos, o el control, o la gobernanza, no es en la tecnología, sino en cómo la gente la desarrolla, la difunde, la adopta. Para que no reproduzcan aquí lo peor de Silicon Valley.

 

 

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Hablemos de langostas

Hablemos de langostasHoy me ha interesado …

… leer los siempre sorprendentes ensayos de David Foster Wallace, esta vez en «Hablemos de Langostas«.

El ensayo que da título al libro es divertido, típico del estilo del autor y recomendable, pero no el que he quisiera comentar aquí. El que me ha llamado la atención es uno dedicado a comentar (a destrozar, más bien) una biografía de la tenista Tracy Austin, la mujer más joven en ganar, a sus 17 años, el Open de EEUU.

Foster Wallace la admiraba como deportista. Pero explica haber quedado muy decepcionado por la superficialidad de la persona reflejada en su biografía (más allá de la evidente falta de talento del ‘negro’ que la escribió). Le sorprende el contraste entre la capacidad mental que requiere resistir la presión de jugar bien al tenis al máximo nivel (el autor relata haber sido de joven un aceptable jugador) y la falta de sustancia del resto de su vida.

Transcribo parte del párrafo con el que cierra el ensayo:

«Este es, para mí, el verdadero misterio: la cuestión de si una persona así es idiota o mística o ambas cosas o ninguna […] También, al empezar a abordar las diferencias de comunicabilidad entre pensar y hacer y entre hacer y ser, pueden dar la clave de por qué las autobiografías de deportistas de élite resultan al mismo tiempo tan seductoras y tan decepcionantes para los que las leemos. Como suele suceder con la verdad, hay una cruel paradoja de por medio. Es posible que los espectadores, que no gozamos de un don divino para el deporte, seamos los únicos capaces de ver, articular y animar la experiencia de este don que nos está negado. Y que aquellos que reciben y ejecutan el don de la genialidad atlética deban ser por fuerza ciegos y mudos acerca del mismo: y no porque la ceguera y el mutismo sean el precio que pagar por el don, sino porque son su esencia».

¿Que cambia si reemplazamos atletismo por tecnología? En estos días en que leo y reflexiono sobre los efectos colaterales de las innovaciones disruptivas de Internet, fantaseo también sobre qué escribiría Foster Wallace al respecto de los geeks que las originan y promueven. Si, como sugiere que sucedía en el caso de Tracy Austin, su ceguera y/o mutismo sobre cuestiones no tecnológicas, y en especial las relativas a la filosofía, el humanismo y las cuestiones sociales, son también la esencia de su innegable talento tecnológico. No me extrañaría.

Recuerdo una sensación similar después de leer biografías como las de Bill GatesRichard Feynman o Steve Jobs. Los admiro por los resultados de su trabajo; pero no serían, particularmente para mí, referentes como personas. Intuyo que es probable que lo mismo suceda cuando aparezcan biografías sensatas de los grandes innovadores de Internet. Ojalá me equivoque.

Recuerdo, entre tanto, algunas citas de mi estimado Langdon Winner:

«La revolución de los ordenadores es claramente silenciosa con respecto a sus propios fines».

«Apenas se introduce una nueva invención, alguien se ocupa de proclamarla la salvación de la sociedad libre».

«Es característico de las sociedades basadas en grandes y complejos sistemas tecnológicos que las razones morales que no sean de necesidad práctica aparezcan muy obsoletas, idealistas e irrelevantes».

«Se busca en vano entre los promotores y agitadores del campo de los ordenadores las cualidades de conocimiento social y político que caracterizaban a los revolucionarios del pasado».

Continuará. Inevitablemente.

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¿Innovación no equivalía a progreso?

Entre los materiales generados estos días por el World Economic Forum me ha parecido de especial interés el que aborda, en tono moderadamente crítico, el rol de la tecnología en el progreso en general y, más en concreto, en relación al panorama de riesgos identificado en un reciente informe. Su conclusión, en resumen, es que «enfrentarse a los riesgos globales requiere una reflexión más sofisticada sobre las nuevas tecnologías».

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