Primera entrega de una serie catalizada por la necesidad de plantear alternativas a la «carta abierta al futuro Presidente» publicada hace pocos días en algunos blogs. Con el objetivo de presentar reflexiones y propuestas sobre las que eventualmente se pudiera construir un manifiesto que cubriera con propuestas razonables algunos de los (muchos) huecos de esa carta.
Un artículo reciente del Financial Times, escribiendo sobre el impacto social de las nuevas tecnologías de la comunicación, concluye que:
Las herramientas de computación online, usadas temerariamente, pueden verse convertidas en objetivos en sí mismas; o, peor aún, en forums para comportamientos dañinos. Las empresas que las adopten deben ser conscientes de esos riesgos y enfatizar la necesidad de un equilibrio: son medios para conseguir objetivos fijados, y las empresas necesitan tener bien claro cuáles son esos objetivos.
Usadas responsablemente, las redes sociales pueden ser grandes facilitadores. Pero eso conlleva fijar límites e imponer reglas: crear una sociedad aceptable a partir de una masa de conexiones digitales.
Una reflexión que suscribo, con la única observación que no son sólo las empresas, sino las instituciones sociales en un sentido amplio, quienes necesitan tener bien claro los objetivos a conseguir.
Muchas veces no los tienen.
Hablemos pues de objetivos, más que de medios. Y de valores y reglas a los que esos objetivos se supeditan. No vale decir, como en la carta de referencia:
«Los cambios en los que estamos inmersos son tan acelerados, e impregnan de tal manera nuestra vida, que convierten rápidamente en caducos lo que se pretende que sean planes de futuro. Hace 10 años no existía Google, hace 8 no había blogs, hace 7 no se enviaban sms, hace 4 no existían YouTube ni Facebook, y hace uno no sabíamos lo que era Twitter. ¿Te das cuenta?«
Porque hace 10 años el 11-S era solamente la fiesta nacional de Cataluña; y el 11-M sólo el 11 de Marzo. Hace 10 años pocos creían que la burbuja de las punto-com y luego de la fibra óptica fuera realmente una burbuja que dejó escocido a más de un crédulo. Hace 10 años casi nadie creía que el hilo del cobre y el ADSL darían para ver televisión. Hace 4 años nadie predecía que una crisis del inmobiliario en los EEUU, aumentada por una cadena de instrumentos financieros especialmente opacos, acabaría por generar pérdidas billonarias y tensionar los circuitos de crédito en todo el mundo. Hace diez años no se hablaba del mileurismo como un descriptor social. Etcétera.
¿No son esos cambios tan o más relevantes?
Las tecnologías no han provocado ni provocan cambios sociales. Son las teorías, las ideologías, el acierto en la selección de los problemas clave y la organización de las instituciones sociales los elementos que han definido y continuarán definiendo los cambios sociales.
Harán falta líderes que encabecen esos cambios. Líderes que sean capaz de integrar las TIC en sus visiones y sus estrategias de futuro. Líderes que no confundan, como los «ilustrados-TIC», los objetivos con las herramientas, los medios con los fines. Líderes a los que no se pueda aplicar la sentencia de Langdon Winner, un autor nada sospechoso de inmovilismo ni de tendencias tecnófobas:
«Buscamos en vano entre los promotores y agitadores de Internet las cualidades del conocimiento social y político que caracterizaban a los revolucionarios del pasado«. (”La ballena y el reactor», Gedisa)
Continuaremos buscando. Sin perder la esperanza.
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