Acabo de leer este libro de Zygmunt Bauman al tiempo que se hace público un acuerdo (provisionalmente táctico) entre Uber y el Ayuntamiento de Nueva York.
Según el New York Times, el acuerdo supone:
- Que el Ayuntamiento de la ciudad postpone la decisión de imponer un límite al crecimiento de los vehículos contratados por Uber.
- Que Uber pone fin a una campaña de intimidación contra la posición del alcalde, en la que argumentaba que la política municipal supondría un deterioro de la calidad del transporte (público) en la ciudad.
- Que Uber proporcionará al Ayuntamiento una gran cantidad de datos sobre su actividad, que se utilizarán para realizar un análisis sobre su impacto y el de otros vehículos de alquiler en el tráfico.
El episodio me confirma en mi diagnóstico, expresado ya en este espacio, de que la verdadera apuesta de Uber y de los inversores especulativos que lo sostienen es contra la capacidad de reacción de las administraciones que tienen encomendada la regulación de actividades en aras del bien común.
Uno de los objetivos de esta regulación es precisamente poner límites a la ideología que sostiene que la (mal llamada) libertad de mercado, y no la intervención pública, es la mejor garantía del bien común.
Como en obras anteriores, Bauman pone el acento en señalar cómo la ideología que da prioridad al individualismo consumista y a la satisfacción inmediata aquí y ahora (para quien pueda pagarla), relega a un segundo plano las consideraciones éticas y morales que inspirarían actuaciones y políticas orientadas al bien común.
«Una actitud consumista puede lubricar las ruedas de la economía, pero lanza arena en los engranajes de la moralidad.«
Hoy en día, como muestra el caso de Uber, la ubicuidad de los smartphones conectados aumenta las oportunidades de tentar y ser tentados por este consumismo que sólo atiende a lo particular y a lo inmediato. Por eso Bauman escribe sobre «una tecnocracia disfrazada de democracia y libre elección» y «un vacío moral creado por una tecnología que ha superado la política.»
Hace ya mucho que Manuel Castells diagnosticó que la sociedad informacional se impone porque es más eficiente en la acumulación de dinero y poder. La pugna entre Uber y los Ayuntamientos ha de verse en este contexto. Entendiendo que, en contra de la postura de Enrique Dans y afines, aunque el Ayuntamiento tiene la autoridad, es Uber quien tiene el mayor poder. Un poder que usa precisamente para socavar la autoridad municipal.
Resulta tentador, pero equivocado, conceptualizar esta batalla, que no ha hecho más que empezar, como una pugna entre buenos y malos, entre solamente dos alternativas. Incluso si se piensa, como yo lo hago, que hay que refutar los argumentos y las tácticas de Uber, eso no significa que ni los Ayuntamientos ni los taxistas tengan toda la razón. Los tecno-liberal-capitalistas están sabiendo utilizar las posiblidades de la tecnología para ganar poder sin autoridad. Las administraciones deberían ser capaces de hacer lo mismo desde su posición de autoridad, adecuando las regulaciones y la gobernanza de lo común a las oportunidades y las amenazas de los nuevos tiempos.
Como ciudadanos nos corresponde tomar partido sobre los valores que creemos que hay que defender, y en quién confiamos para que lo haga. No será fácil.