Sigo dando vueltas a la tesis de The Economist que comentaba en mi última entrada: A corto, y quizá también a medio plazo, la extensión de los usos de las TIC destruye puestos de trabajo y refuerza la concentración de capital.
(Lo predijo Manuel Castells en su momento. El paradigma informacional desplaza al industrial porque resulta más eficiente en la acumulación de dinero y de poder).
Entretanto seguimos oyendo día sí y día también propuestas para seguir impulsando el avance de las TIC. Sin contrapesos, sin al parecer preocuparse demasiado de sus efectos a corto plazo. Recuerdo todavía, por ejemplo, el panegírico que un autor, olvidable a mi juicio, escribía hace unos años en un libro de un cierto éxito:
«Estamos haciendo un viaje nocturno. Hemos dejado atrás la ciudad analógica y avanzamos veloces en el automóvil de la tecnología por el amanecer digital, camino de su luminosa y prometedora mañana.«
Pues va a ser que no. El argumento de que el desarrollo tecnológico ha sido y seguirá siendo una herramienta de generación de abundancia es convincente. Pero en la apología de la abundancia que hace en un reciente libro el fundador de la Singularity University, la abundancia de trabajos no aparece por ningún lado. Tampoco aparece la más mínima disposición al intento de gestionar de algún modo los daños colaterales que ya se están haciendo visbles. Sobre esta cuestión, The Economist escribía hace ya unos años que:
«Technological progress, just like trade, creates losers as well as winners. The Industrial Revolution involved hugely painful economic and social dislocations—though nearly everybody would now agree that the gains in human welfare were worth the cost.«
Se me antoja que la debilidad principal, quizá la única, de la argumentación que The Economist lleva una década manteniendo es no cuestionar el sistema que genera los daños colaterales. Un sistema basado en el predominio de una ideología económica que justifica ese impulso sin matices al desarrollo tecnológico, atribuyendo la responsabilidad (y por tanto los daños colaterales) a la mano invisible del ‘mercado’.
Ante el dictat de una innovación disruptiva y una destrucción creativa que no dan valor a lo que destruyen o disruptan habría que considerar una postura radical, como la propone The Guardian:
«The system is failing, hack the system. Social entrepreneurs aren’t going far enough to create systemic change. What we need are social entrepreneurs who hack the hell out of the current system, destroy it and create new systems […] Neoliberals and Marxists both believe in «creative destruction», so let’s get to it.»
Lo que se trata pues es de poner juego ‘social hackers‘ tan capaces y ambiciosos como los ‘hackers’ tecnológicos que por el momento dominan la escena.
¿Alguien se apunta? ¿Sugerencias?