Hoy me ha interesado …
… el artículo «Matones de WhatsApp» (acceso para suscriptores) publicado en La Vanguardia. Porque, en un tono no habitual en el tratamiento de las TIC por la prensa generalista, empieza con una frase plena de sentido:
«La tecnología no nos hace mejores ni peores, pero ayuda a que los buenos y los malos instintos se expandan con más eficacia.»
Una verdad que va más allá del suceso al que se refiere el artículo. Las tecnologías no son siempre neutras, pero incluso cuando lo son se contaminan inevitablemente con los valores de quienes las adoptan, más que con los de quienes las inventan. Pienso en particular en hechos como la existencia de la ‘internet oscura‘, la revelación de la vigilancia de gobiernos de uno y otro color sobre la comunicaciones por Internet y el modo en que algún ilustre ilustrado-TIC pone el grito en el cielo al respecto.
Ocurre que no sólo es inevitable que si algo puede ir mal vaya mal algún día. Es peor. El mal existe, y es más que la ausencia de bien. Si hay oportunidad de utilizar algo (un medio, una herramienta, una tecnología) para hacer daño, alguien habrá indefectiblemente que aproveche esa oportunidad.
Mi admirado Langdon Winner, al que traigo repetidamente a este espacio, ya avisó en su momento de que:
«La revolución de los ordenadores es claramente silenciosa con respecto a sus propios fines.»
Imaginar lo contrario, que las TIC serían la excepción que escapara a la Ley de Murphy, es como mínimo inocente, y probablemente irresponsable, cuando no tendencioso. No debería sorprender a nadie, y menos a un supuesto experto, que esté emergiendo:
«Una red demencial para un mundo disfuncional, en el que las herramientas de comunicación que deberían mejorar el mundo y conectarnos a todos se convierten en algo siniestro, que amenaza nuestra privacidad y nuestros derechos más fundamentales.«
No sólo vivimos en un mundo disfuncional (el asunto de la privacidad no es ni de lejos el más disfuncional); hay usos de las TIC que contribuyen a ello. Tengamos presente, por ejemplo, la contribución de un uso irresponsable de ordenadores, algoritmos y redes a la virulencia de la crisis financiera actual. Lo que sucede es, citando otra vez a Langdon Winner,
«Se busca en vano entre los promotores y agitadores del campo de los ordenadores las cualidades de conocimiento social y político que caracterizaban a los revolucionarios del pasado.»
Proclamar que «las herramientas de comunicación deberían mejorar el mundo» es conceptualmente erróneo, además de ilusorio. Porque no son las herramientas, sino las personas y los grupos de personas los que cambian el mundo. No todos, sin embargo, dan la talla.