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No perdamos el control de los #smartcitycommons

150805 blogEn otros tiempos, la aparición en Fortune de un artículo con el titular «Barcelona: The most wired city in the world» hubiera sido una buena noticia. En esta ocasión y en estos tiempos, no estoy tan seguro.

En el artículo, ejecutivos de Cisco y de Cellnex (ex Abertis Telecom) presumen de los beneficios que el Ayuntamiento, pero sobre todo sus empresas, obtendrán de la red de sensores conectados por fibra óptica  que se han desplegado en la ciudad (y si de ellos depende se seguirán desplegando). Para monitorizarlos, el Ayuntamiento ha contratado por 1,6 millones el desarrollo de una  plataforma (Barcelona OS).

«Una nimiedad» – según un ex-responsable municipal – “Pero para las empresas ha sido la oportunidad para desplegar soluciones para muchas otras ciudades del mundo.«

Lo que se desprende así del artículo es que Barcelona es una especie de laboratorio para los suministradores de tecnología smart City :

«Las empresas están apostando que habrán miles de millones a ganar una vez que Barcelona OS esté operativa y pueda dar sentido a las montañas de datos que la nueva tecnología absorbe. Considere por un momento las posibilidades de farolas con WiFi, cada una con su propia dirección IP, monitorizando las entradas en Facebook, los tweets o los usos de las tarjetas de crédito mientras te paseas por la ciudad con tu smartphone.»

Tal como la periodista reconoce, «la posibilidad de una nueva encarnación del Gran Hermano inquieta a mucha gente«, aunque no en Barcelona, al menos de momento. ¿Debería inquietarnos? En absoluto, según el ejecutivo de Cellnex (ex-alto cargo en tiempos de la Generalitat). Según él, si no quieres que sigan tus movimientos, «paga en efectivo y deja tu teléfono en casa.»

Estaría bien que el Ayuntamiento desmintiera que hacer el juego a este tipo de planteamientos forma parte de su estrategia de smart city. Ojalá suceda. Pero me parece prudente no contar con ello. Tampoco se trata de pedir una moratoria sobre el despliegue de estas redes y sensores de ciudad, y mucho menos prohibirlo. Porque seguro que se pueden utilizar con ventajas para la ciudad y los ciudadanos. De lo que se trata es de abrirlos a la ciudad y de evitar que empresas contratistas, e incluso el propio Ayuntamiento, se apropien de ellos en exclusiva.

En caliente, de entrada y sin demasiada reflexión, propondría, por ejemplo:

  1. Que el Ayuntamiento, que tiene la obligación de velar por el buen uso del espacio público (parte de los ‘commons de la ciudad) reglamente un conjunto de buenas prácticas sobre los ‘smart city commons’, incluyendo la gestión de los datos generados por la nueva infraestructura tecnológica de la ciudad.
  2. Que se diseñen condiciones que permitieran a terceros el acceso a la plataforma Sentilo, que según la web municipal «permite recoger, explotar y difundir la información generada por los sensores desplegados en una ciudad». Aparte de ofrecerla a otras ciudades, como parece que ya está haciendo, abrir esta plataforma de código abierto al talento de desarrolladores ciudadanos me parecería una alternativa interesante.

Estaría bien que la nueva administración municipal de Barcelona tomara la iniciativa de que la ciudad fuera la «Capital Mundial de los #smartcitycommons». Podría ser un proyecto ejemplar de innovación social. ¿Alguien se apuntaría a ayudar?

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Cuestiones para los disruptores

150731 BlogEl ¿Por qué? de todos los disruptores (en la economía, en los negocios, en la política), como mínimo en su discurso oficial, es transformar la sociedad.

Podemos preguntarnos y preguntarles sobre sus ¿Qués? y sus ¿Cómo?. Esta pizarra va sobre lo segundo.

Cada cual puede aplicarla a su ¿Quién? favorito.

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Sobre tecnología y poder, en otra pizarra

Creo que vale la pena prestar atención a la gráfica adjunta, extraída del siempre interesante informe anual sobre Internet de Mary Meeker (KPCB).

Internet_Trends_2015 (arrastrado)Lo que muestra, a mi juicio, es que Internet ha tenido hasta ahora menor impacto en los sectores que podríamos agrupar como ‘sociales’ (gobierno, salud, educación) que en los ‘capitalistas’ (consumo, negocio), por llamarlos de algún modo.

La interpretación lógica sería que el impacto de Internet ha sido mayor en los sectores en los que alguien se ha aplicado más a generar impacto. Que, tal como está el mundo, son los mismos en los que inversores han volcado más capital.

Lo cual me sugiere añadir la tecnología a la pizarra de mi ‘post’ anterior sobre el poder.

150717 Blog

Es obvio que una sola pizarra no puede recoger toda la complejidad de la realidad. Pero si lo que recoge es cierto ya da qué pensar. Hay quien, desde el mundo de las finanzas, considera la tecnología como un arma más para cambiar la sociedad, cortocircuitando la política si conviene a su particular beneficio. La cuestión de la privacidad y el uso de los datos personales sería un buen ejemplo de ello.

Visto así, y simplificando, el CEO de Uber (como arquetipo del colectivo de emprendedores disruptivos) adquiere, más que la de un héroe, la imagen de un mercenario extraordinariamente bien pagado.

 

 

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Sobre el poder, en una pizarra

 

150716 BlogLeyendo todavía a Bauman, pienso también en Syriza y similares. Cito literalmente:

«Podemos asumir con seguridad que el creciente número de personas que toman las calles […] sabende lo que están ‘huyendo’ […] Lo que no saben, sin embargo, es lo que ‘hay que hacer’. Más importante aún, no tienen idea de quién podría ser lo suficientemente poderoso y tendría la voluntad de emprender lo que ellos creen que es el paso correcto.

Los mensajes de Twitter y Facebook los reúnen y envían a las plazas públicas a protestar contra ‘lo que es’; no obstante, quienes envían los mensajes guardan silencio respecto a la cuestión de qué tipo de ‘debería’ tendría que sustituir el ‘es’; o perfilan un ‘debería’ en unos contornos amplios, incompletos y vagos y sobre todo ‘flexibles’ para evitar que cualquiera de sus partes se anquilose en una manzana de la discordia.»

Puede que no tenga razón. Puede que la tenga.

Más sobre esta pizarra, con una variante, mañana.

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Liquidando a Roosvelt

En The Economist escriben sobre el debate, actualmente en los tribunales de los EEUU y pronto en otros, acerca de si los conductores de Uber (o los de las franquicias de McDonald’s) han o no de ser considerados como empleados.

En coherencia con su ideología liberal, The Economist sostiene que:

«The fundamental problem is that in America, as in many other rich countries, employment law has failed to keep up with the changing realities of modern work. Its labour rules are rooted in a landmark piece of legislation, the Fair Labour Standards Act, passed in 1938 during Franklin Roosevelt’s presidency. […] America needs to update its employment law to take into account the fact that FDR is no longer president.«

La «Fair Labour Standards Act» fue una parte del «New Deal» que Roosvelt promovió para paliar las consecuencias de la Gran Depresión. Sus objetivos: «Relief, Recovery, and Reform.» (Alivio, Recuperación y Reforma). Con más intervención de las Administraciones. Justo lo contrario de lo que los Uber-fans, piden ahora.

El argumento de The Economist, que es también el de empresas como Uber, es que:

«The on-demand economy has been a dramatic success not just for consumers but also for workers seeking flexibility […]  Policymakers need to recognise that people want to work more flexible hours and that technology has made it possible to create spot markets in surplus labour and idle assets.«

Pero la flexibilidad es un concepto de doble uso. (Richard Sennet ha escrito muy bien sobre ello). Nos gusta que nos concedan flexibilidad (no sólo en el trabajo), pero nos cuesta mucho más aceptar que nos la pidan, y más aún que nos la impongan.

Sostengo que el verdadero objetivo de empresas como Uber y de los inversores especulativos que las apoyan es hacer saltar en pedazos la regulación de áreas importantes de la economía. Aquellas en las que no impera su versión del libre mercado. Especulan a favor de las dificultades (o tal vez la incapacidad) de los mecanismos democráticos de regulación para responder al impacto de determinados usos de los avances tecnológicos. Son tan ambiciosos y amorales como los financieros que les apoyan. Quieren un «New Deal», pero al revés. Liquidar las instituciones.

Cito de un libro reciente de Zygmunt Bauman:  «El poder del Diablo reside en su maestría en el arte de la falsificación.» Pues eso.

 

 

 

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Ahora entiendo por qué nos sacan la lengua

SnapchatHoy me ha interesado

… entender el sentido del logo de Snapchat: un fantasma que nos saca la lengua.

¿Por qué? Hasta hace muy poco, pensaba que lo que querían sugerir con este logo es que se trata de una app para que los jóvenes en plan hagan el tonto en plan ‘fantasma’. No es que lo diga yo; así (casi) lo explica su página web:

«Snapchat is a new way to share moments with friends. Snap an ugly selfie or a video, add a caption, and send it to a friend (or maybe a few). They’ll receive it, laugh, and then the snap disappears […]  It’s about the moment, a connection between friends, and not just a pretty picture. The allure of fleeting messages reminds us about the beauty of friendship – we don’t need a reason to stay in touch. Give it a try, share a moment, and enjoy the lightness of being!«.

No estaba muy de acuerdo en eso de que «El encanto de mensajes fugaces nos recuerda acerca de la belleza de la amistad«. Tengo otro concepto de la amistad, que no se basa precisamente en lo contrario de contactos fugaces. Pero,

– «Tanto da» – me decía hasta ayer mismo – «Son unos fantasmas, y punto.»

Eso hubiera sido todo. Pero leo estos días que Snapchat ha recibido una inversión de capital riesgo de 60 millones de dólares (lo que valora la empresa en 860 millones de dólares), además de 10 millones de dólares para cada uno de sus dos fundadores.

Es por eso que nos sacan la lengua. Se burlan de nosotros. De la gente que tiene un trabajo (si lo tiene) con un sueldo normal. De los que se esfuerzan en crear una empresa con un sentido (‘purpose’) que tenga sentido. De los padres o los maestros que intenten educar a los jóvenes en valores y prácticas no fugaces.

¿Debería importarnos?

Creo que sí. Por que éste es un ejemplo, ni el primero ni el último ni el único, de una empresa ‘langosta’, de un aspirante a ‘servidor sirena‘, que no genera ni valor social ni puestos de trabajo. Y que así y todo, o precisamente por eso, es recompensada por inversores de élite. Que seguramente saben lo que compran.

En resumen. La próxima vez, que será pronto, que escuche a alguien proclamar a Silicon Valley como una referencia a imitar, les hablaré de este caso. Aunque sirva de poco.

 

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Hablemos de langostas

Hablemos de langostasHoy me ha interesado …

… leer los siempre sorprendentes ensayos de David Foster Wallace, esta vez en «Hablemos de Langostas«.

El ensayo que da título al libro es divertido, típico del estilo del autor y recomendable, pero no el que he quisiera comentar aquí. El que me ha llamado la atención es uno dedicado a comentar (a destrozar, más bien) una biografía de la tenista Tracy Austin, la mujer más joven en ganar, a sus 17 años, el Open de EEUU.

Foster Wallace la admiraba como deportista. Pero explica haber quedado muy decepcionado por la superficialidad de la persona reflejada en su biografía (más allá de la evidente falta de talento del ‘negro’ que la escribió). Le sorprende el contraste entre la capacidad mental que requiere resistir la presión de jugar bien al tenis al máximo nivel (el autor relata haber sido de joven un aceptable jugador) y la falta de sustancia del resto de su vida.

Transcribo parte del párrafo con el que cierra el ensayo:

«Este es, para mí, el verdadero misterio: la cuestión de si una persona así es idiota o mística o ambas cosas o ninguna […] También, al empezar a abordar las diferencias de comunicabilidad entre pensar y hacer y entre hacer y ser, pueden dar la clave de por qué las autobiografías de deportistas de élite resultan al mismo tiempo tan seductoras y tan decepcionantes para los que las leemos. Como suele suceder con la verdad, hay una cruel paradoja de por medio. Es posible que los espectadores, que no gozamos de un don divino para el deporte, seamos los únicos capaces de ver, articular y animar la experiencia de este don que nos está negado. Y que aquellos que reciben y ejecutan el don de la genialidad atlética deban ser por fuerza ciegos y mudos acerca del mismo: y no porque la ceguera y el mutismo sean el precio que pagar por el don, sino porque son su esencia».

¿Que cambia si reemplazamos atletismo por tecnología? En estos días en que leo y reflexiono sobre los efectos colaterales de las innovaciones disruptivas de Internet, fantaseo también sobre qué escribiría Foster Wallace al respecto de los geeks que las originan y promueven. Si, como sugiere que sucedía en el caso de Tracy Austin, su ceguera y/o mutismo sobre cuestiones no tecnológicas, y en especial las relativas a la filosofía, el humanismo y las cuestiones sociales, son también la esencia de su innegable talento tecnológico. No me extrañaría.

Recuerdo una sensación similar después de leer biografías como las de Bill GatesRichard Feynman o Steve Jobs. Los admiro por los resultados de su trabajo; pero no serían, particularmente para mí, referentes como personas. Intuyo que es probable que lo mismo suceda cuando aparezcan biografías sensatas de los grandes innovadores de Internet. Ojalá me equivoque.

Recuerdo, entre tanto, algunas citas de mi estimado Langdon Winner:

«La revolución de los ordenadores es claramente silenciosa con respecto a sus propios fines».

«Apenas se introduce una nueva invención, alguien se ocupa de proclamarla la salvación de la sociedad libre».

«Es característico de las sociedades basadas en grandes y complejos sistemas tecnológicos que las razones morales que no sean de necesidad práctica aparezcan muy obsoletas, idealistas e irrelevantes».

«Se busca en vano entre los promotores y agitadores del campo de los ordenadores las cualidades de conocimiento social y político que caracterizaban a los revolucionarios del pasado».

Continuará. Inevitablemente.

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Esta innovación abierta no lo es tanto

Chime for ChangeHoy me ha interesado

… mirar en las bambalinas de Chime for Change, una comunidad impulsada por Gucci para promover la Educación, la Salud y la Justicia para chicas y mujeres de todo el mundo.

Se trata de un ejemplo más, entre otros que apuntaba en una entrada anterior, de marcas que se asocian a una buena causa mediante un mecanismo crowd. La gente aporte de una parte ideas y proyectos, que se publican en la web. En paralelo, se piden y canalizan donaciones a estos proyectos mediante el enlace a un crowdfunding especialmente orientado a la ayuda a colectivos de mujeres.

Todo impecable si no fuera por una de las claúsulas de las condiciones de uso que regulan las aportaciones a la web, que transcribo a continuación (negrillas añadidas):

«You agree that any and all suggestions, designs, concepts, photographs, testimonials, and other items or materials (except for your personal information) disclosed or submitted to Gucci through this Site or by other means («Submissions») […] become Gucci’s property upon submission to Gucci. By making a Submission to Gucci, you assign to Gucci all rights, title and interests, including copyrights, in the Submission […] By making a Submission, you agree that Gucci has the right (but not the obligation) to copy, publish, distribute or use such Submission for any purpose, including, but not limited to, advertising, promotional, product development or other commercial purposes, without compensation to you or to any other person«.

Excesivamente unilateral, como mínimo a mi juicio, aunque legalmente inobjetable. Gucci tiene, como es obvio, el derecho a pedir las contraprestaciones que le parezca por promover su causa. Quienes no estén de acuerdo con ellas, pueden buscarse otros mecanismos. Tampoco es que se trate de un caso único. Las condiciones de uso de Open Ideo, por ejemplo, son muy similares.

Así y todo, pienso que este tipo de condiciones desvirtúan en buena medida el espíritu crowd, tal como lo entiende la mayoría. Es difícil evitar que estas iniciativas, y también las empresas que las impulsan, puedan verse como una estrategia para apropiarse en beneficio particular de la buena voluntad de quienes aportan gratuitamente ideas y proyectos, en la mayoría de casos a cambio de poco o nada.

Poco que objetar, sin embargo, aparte de la éTIC@ y la estéTIC@, al tratarse de empresas privadas. Obviamente, el juicio sería muy distinto si el promotor de una iniciativa con condiciones de este tipo fuera una administración pública. Seguiremos investigando.

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No es verídico, pero podría ser cierto

Source: The New Yorker.

Hoy me ha interesado …

… la ironía con que el New Yorker comenta el reciente anuncio de Facebook Home para móviles. Bajo el titular «Facebook Unveils New Waste of Time«, la crónica del  articulista empieza así:

Before a rapt audience at Facebook headquarters Thursday, Facebook C.E.O. Mark Zuckerberg unveiled new software that he promised “will totally change the way you are wasting your life.»

Por respeto a los productores de contenidos, aún siendo suscriptor de quien produce éste en particular, resisto la tentación de traducir (pero no de recomendar) el resto del artículo.

Que viene al cuento de una cita de Langdon Winner  (anterior a Internet y a los móviles, preo fácilmente traducible al panorama actual) que comentaba en una entrada anterior:

«La revolución de los ordenadores es claramente silenciosa con respecto a sus propios fines».
Según su versión oficial, el objetivo de Facebook es «dar a la gente el poder de compartir y hacer que el mundo sea más abierto y conectado». Pero, a juzgar por los hechos, parece más plausible que eso no sea el objetivo, sino la estrategia, el instrumento, para el objetivo real de Facebook: que la gente se vuelva adicta a estar siempre conectada para así acumular datos sobre ello y así usarlos como materia prima para su modelo de negocio (publicidad y consumo).
Lo está consiguiendo. Según un informe reciente (.pdf)  el usuario típico (norteamericano) de un ‘smartphone’ consulta Facebook 14 veces al día. Si ese comportamiento es extrapolable, el mundo abierto y conectado que proclama Facebook sería también un mundo distraído y descentrado. ¿A que suena peor?
Visto desde este ángulo, la falsa crónica del New Yorker no es verídica, pero podría ser cierta. La realidad siempre tiene más de una faceta. La que Facebook quiere enseñarnos es parcial, y por tanto engañosa.

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El Kleenex (TM) de Google (TM)

Google Kleenex

Hoy me ha interesado …

… reflexionar sobre la polémica levantada por el anuncio de Google de que suprimirá Google Reader.

Han habido algunos comentarios sensatos, como el recordatorio de que algunas de las tecnologías que usamos y damos por sentadas, las de Google en particular, no son nuestras. Las usamos gratis, pero no son un regalo. Sólo una cesión, por otra parte nada desinteresada.

En el otro extremo, reacciones escandalizadas. Como las que calificaban el anuncio de Google como un ataque contra los bloggers y el Internet público, una daga en el corazón de los bloggers, un desprecio a sus usuarios. En medio, hipótesis y conjeturas sobre los motivos de Google, como las publicadas en el New York Times, en Techcrunchotros. También artículos y peticiones para que la empresa del buscador diera marcha atrás en su decisión.

Mi interpretación del asunto es muy sencilla. Google aplica una y otra vez una estrategia disruptiva, destruyendo valor en un sector para ampliar su propio negocio de intermediario de publicidad. La prensa tradicional fue un blanco fácil, al financiarse con el dinero de la publicidad y no con las aportaciones de los lectores. Más aún después de cometer el error estratégico de volcar de buen principio sus contenidos a Internet gratis y sin contrapartidas, cuando no tenía ninguna necesidad de hacerlo. Enlazando lectores y contenidos a través de Internet, Google gana publicidad. La prensa la pierde y su modelo de negocio se debilita.

Google Reader, con la complicidad de muchos ilustrados-TIC, ha sido uno de los arietes de este proceso. Una vez Google ha ganado su batalla, los usuarios y difusores de Google Reader ya no son necesarios. Google no pierde nada prescindiendo de ellos. Parafraseando a mi admirado El Roto, su mensaje es: «Lo creíais un derecho, pero era sólo una concesión temporal«.  Usar y tirar, aunque sea a la cubeta de reciclaje. Como a un Kleenex. Apuesto a que no será la última vez.

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