Un muy interesante y oportuno artículo del filósofo Daniel Innerarity en El País. Copio el principio, para no olvidarlo, en mi pizarra.
Se refiere explícitamente a la crisis financiera, pero su reflexión podría ampliarse a muchos otros efectos colaterales del trinomio «Información, Tecnología y Sociedad» (como la gobernanza democrática, los esquemas de propiedad intelectual, por citar sólo dos ejemplos).
Innerarity argumenta, a mi entender correctamente, que «la innovación financiera está siempre al menos un paso por delante de la reglamentación». Y lo estará siempre, porque los innovadores financieros son y serán como mínimo tan inteligentes como los reglamentadores.
Tiene sentido pedir a la innovación financiera que se autolimite. Pero ello requeriría un cambio en la moralidad de lo financiero: volver a poner la economía y las finanzas al servicio de la sociedad y no al revés. Podemos pedir lo imposible, pero sin confiar que se consiga mañana.
Sin confiar, sobre todo, en que el mismo sistema y los mismos administradores del sistema que han generado los problemas tengan la intención de resolverlos de verdad. Sin confiar tampoco en que fueran capaces de hacerlo, en el supuesto de que se lo plantearan.
Entiendo que lo que Innerarity está haciendo es apelar a la inteligencia colectiva y a la organización pragmática de esa inteligencia. Pedir éso está en la esfera del ‘Humanismo.com‘. Conseguirlo exigirá algo más que filosofía; algo que provisionalmente denominaría como ‘ingeniería social‘. Entendida como la disciplina que ayude a conseguir que suceda aquello que se considera deseable que suceda. Algo a lo que con toda seguridad puede contribuir un uso inteligente de las TIC.
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