José Luis Pardo, catedrático de Filosofía y Premio Nacional de ensayo, publicaba un artículo sobre «Populismo y Progreso» en El País del sábado 17 de mayo. Su mensaje central, reflejado en el subtítulo, es que
«La forma más letal de populismo, y la más letal para la democracia, predica que el progreso consiste siempre en la destrucción del espacio público. Inmediatez, popularidad y rentabilidad son sus deidades«.
Su razonamiento incluye, entre otros elementos, una crítica de la «democracia electrónica«. Que yo entiendo que es más bien una crítica de la ligereza o superficialidad con que se extrapola a perspectivas de una nueva democracia la posibilidad de participación electrónica en según qué cosas (digamos, por ejemplo, el Twitter).
Reproduzco unos párrafos para que cada cual saque sus propias conclusiones:
«No faltan cronistas de las tendencias sociales, novelistas encargados de ponerle letra a la música de la aldea global o intelectuales dedicados a pronosticar las inminentes subversiones de la deidad idolatrada que proclamen con desenvoltura el advenimiento de una democracia cibernética inventora de una esfera pública de dimensiones planetarias que, por ser capaz de prescindir del Estado (sólido pesado e inerte donde los haya), de los partidos políticos y hasta de las personas y las cosas (demasiado inclinadas ambas a la estabilidad y la decadencia), se transforma a una envidiable velocidad instantánea al mismo ritmo que la «sociedad», dejando atrás en la carrera a todos los que la persiguen por medios anticuados tales como gobiernos, parlamentos, tribunales de justicia, organizaciones académicas o periódicos impresos.
¿Se darán cuenta todos estos heraldos de la «sociedad» de lo que sucedería si tuviera éxito su pretensión de dar caza a esa presa tras la cual galopan? ¿Se imaginan lo que sería un poder ejecutivo conectado online a los estados de opinión de sus votantes potenciales; un poder legislativo moldeado obedientemente según las bataholas de turno y las volubles demandas de su caprichosa clientela; un aparato judicial en permanente y perfecta sintonía con los vaivenes de la alarma social inducida; una universidad que sustituyese la transmisión del saber y la investigación científica por las labores propias de una empresa de trabajo temporal; unos medios de comunicación en los cuales la información y la línea editorial se suprimiesen en beneficio del carnoso cebo de las bajas pasiones o una Administración que cambiase sus enormes y costosas estructuras políticas (incluidas las de protección social) por un foro web, una línea 906 y una red de SMS como encarnación de la nueva opinión pública mundial?»
No es la primera vez que cito, parafraseando a Peter Drucker, mi convicción de que la sociedad del futuro, como las anteriores, no vendrá determinada por las tecnologías, ni siquiera las tecnologías de la información, sino por cómo se aborden los nuevos problemas, cómo se utilicen nuevas teorías y cómo se conformen nuevas ideologías e instituciones.
Vistas como están las cosas, incluyendo el (excesivo) predicamento de algunos «ilustrados-TIC«, no puedo dejar de pensar que el Profesor Pardo tiene un punto de razón en sus recelos.
En cualquier caso, estando de acuerdo o no con él, vale la pena tomar nota que los mensajes de «más TIC es automáticamente progreso» no convencen del todo a quienes, como es el caso que nos ocupa, tienen más sensibilidad por la filosofía que por la tecnología. Porque ambas nos harán falta.
Se constata, una vez más, la necesidad de trabajar en los ‘marcos mentales‘ adecuados.
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