El País publica una crónica sobre la última obra de André Gorz, una carta a su esposa incurablemente enferma, escrita antes de que ambos aparecieran muertos en su casa, en Francia, en donde el escritor se había retirado.
Gorz fue, como pensador social, un luchador. Que adelantó el concepto de la extinción de la ‘sociedad del trabajo’, de la extinción del trabajo como fuente de identidad social, y la transición hacia una sociedad en la que ese incentiva el ‘consumo’ como fuente principal de identidad. El consumo compulsivo de bienes cada vez más perecederos, el consumo compulsivo del ciudado del cuerpo y de la reforma del cuerpo, el consumo compulsivo de relaciones efímeras, volátiles y virtuales; twitterizadas.
«Las sociedades surgidas del fordismo se deshicieron sin que otra forma de sociedad haya comenzado a instalarse».
Gorz se rebelaba contra la tentación de admitir como ‘natural’ esa transformación hacia lo banal, hacia lo que Bauman ha calificado como ‘sociedad líquida’. En lo personal, poco antes de morir escribía a su esposa
«A ninguno de los dos nos gustaría tener que sobrevivir a la muerte del otro. A menudo nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría pasarla juntos».
En cuanto a lo social, Gorz insiste en que «la posibiidad de un más allá de la sociedad capitalista está inscrita en la evolución de ésta«, y reclama que «se le puede exigir a la política que cree los espacios en los que puedan desarrollarse las prácticas sociales alternativas«.
Una reclamación cercana quizá a la utopía, pero que aún persiste. En un artículo en El País de hoy, Slavoj Zizej, otro pensador radical, escribe:
«La verdadera utopía es la creencia de que el sistema mundial actual puede reproducirse de forma indefinida; la única forma de ser verdaderamente realistas es prever lo que, en las coordenadas de este sistema, no tiene más remedio que parecer imposible».
Por más que la actitud más generalizada es la que glosa uno de los personajes de la última obra de Javier Marías:
«Y así nadie hoy quiere enterarse de lo que ve ni de lo que pasa ni de lo que en el fondo sabe, de lo que ya intuye que será inestable y movible o será incluso nada, o en un sentido no habrá sido. Nadie está dispuesto por tanto a saber con certeza nada, porque las certezas se han abolido, como si estuvieran apestadas. Y así nos va, y así va el mundo». (pág. 691)
Hoy, Día del Trabajo, casi nadie trabaja y muy pocos se manifiestan. Por si hacía falta visualizar la desintegración del trabajo como referente.
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