Archivo diario: enero 21, 2008

La liquidez del riesgo (y el no-conocimiento)

La ya famosa crisis de las hipotecas ‘subprime’ da motivos de reflexión sobre elementos importantes a tomar en cuenta en el tránsito hacia la economía de la información y el conocimiento. Para no pecar de inocentes.

La sociedad de la información es (o será) en primer lugar una sociedad, en la que la información juega o jugará un papel tan importante como se quiera. Pero dentro de algún modelo de sociedad. Para orientarse en ella, por tanto, conviene entender a los agentes relevantes. En este caso, a los generadores de esta crisis financiera, que por lo que parece ya está afectando a la economía en general.

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Los Informes Mensuales del Servicio de Estudios de «la Caixa» tienen, creo, muchas de las informaciones básicas sobre la cuestión, explicadas de modo accesible.

Una de las claves, el origen de la cuestión, estaría en lo siguiente:

El modelo de negocio seguido por muchas entidades de crédito hipotecario estadounidenses, conocido como origin and distribute, consistía en empaquetar, con la ayuda de los bancos de inversión, distintos tipos de crédito en un complejo activo financiero conocido como ABS (asset-backed security).

[Luego] se vendían a otras entidades que los integraban en sus carteras de activos financieros y el pecado inicial quedaba sin culpa ya que los peligros quedaban lejos de quien los creó y minimizados en un entorno de bajos tipos de interés y de bajas primas de riesgo.

En el lenguaje convencional, lo equivalente a «meterse en un jardín» y enseguida, antes de que se note, «sacarse el muerto de encima«. Por mucho que se acostumbre a considerar que el sector financiero es intensivo en información y conocimiento, parece que esos ingredientes no abundaron en el mercado de las ‘suprimes’ y sus derivados:

Por lo que sabemos ahora, en muchos casos las agencias de rating infravaloraron el riesgo de impago, con lo que los compradores no eran conscientes del riesgo que estaban tomando. Ahora, los intermediarios financieros ya conocen el verdadero riesgo de esos activos financieros pero, dado que aún desconocen con exactitud quién los posee y en qué cuantía, prefieren invertir en activos más seguros.

Lo grave es que parece que no se trata de una crisis accidental, sino del resultado directo de malas prácticas, difícilmente inconscientes:

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Según un informe de Octubre del Fondo Monetario Internacional
(la cursiva es mía)

Markets are [now] recognizing the extent to which credit discipline has deteriorated in recent years—most notably in the U.S. nonprime mortgage and leveraged loan markets, but also in other related credit markets. […] The absence of prices and secondary markets for some structured credit products, and concerns about the location and size of potential losses, has led to disruptions in some money markets and funding difficulties for a number of financial institutions.

A resaltar además que las prácticas de referencia estaban apoyadas en la innovación financiera, que es en buena medida de base tecnológica:

La explicación de la actual crisis de los mercados incluye pecados elementales en la gestión del riesgo y excesos de sofisticación técnica.

Animo a quien le interese a leer a fondo las referencias apuntadas. Entretanto, mis conclusiones incluirían, de entrada, las siguientes:

  1. En la sociedad líquida, el riesgo es también líquido. Y, en este caso, bombeado desde los que han originado la crisis hacia los que la van (o vamos) a sufrir.
  2. ¿Quién asumirá ahora la responsabilidad de esta «sofisticación técnica«?
  3. Cuando hablemos de «economía intensiva en conocimiento«, «innovación«, «empresas de base tecnológica» y otros lugares comunes, tengamos en cuenta que son palabras de doble uso, como mínimo.

Porque siempre hay y habrá quien use la innovación de forma perversa. Según los redactores del informe de «la Caixa»

Los derivados de crédito son como los teléfonos móviles o tantos otros inventos modernos: útiles y casi indispensables cuando descubrimos sus virtudes, pero molestos e incluso peligrosos si se hace un mal uso de los mismos.

Lo que a mí, francamente, no me parece una comparación apropiada.

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