Otro ‘post’, como el anterior, con comentarios sobre el trabajo. En un artículo en El País del pasado día 12 de Enero, Vicente Verdú escribía:
Un inmenso porcentaje de la población suma al esfuerzo de su obligación laboral la tarea de soportar un grave malestar crónico que les acompaña día tras día. ¿Puede esperarse que la producción, la productividad, la creatividad, la ética, la civilización, la satisfacción se logre a partir de esta inicua plataforma? […]
Dentro de este cuadro no hay en puridad buenos y malos, sólo directivos y subordinados, empresarios, asalariados, autónomos, funcionarios y funcionarias.
No me imagino a Vicente Verdú, al que no tengo el gusto de conocer, aunque sí de leer, con este perfil. Pero debe saber, como yo, como seguramente muchos de nosotros, sobre más de uno que lo sufre.
El aforismo de que el trabajo dignifica no se respeta en la sociedad líquida, en la que el trabajo se considera una mercancía (el «mercado de trabajo«), cuando no como una ‘commodity‘. Una ley de bronce de lo que no se escapan ni siquiera muchos de los que nominalmente serían trabajadores del conocimiento, porque en el «mercado» de trabajo no necesariamente se «valoriza» el conocimento ni el talento.
La cuestión no es nueva. En la sociedad líquida, los individuos, también en su faceta de profesionales, se ven forzados a buscar soluciones biográficas a las contradicciones del sistema. Una de las cuales es que apenas se encuentre tiempo, entre el que deja precisamente el trabajo que no vivifica, para cultivar esas soluciones biográficas.
Muchos y buenos autores, mejores que yo, han escrito sobre ello. Recomiendo a Gorz, recientemente fallecido, y a un estupendo ensayo de Richard Sennett, una reflexión sobre las facetas de la «flexibilidad«.
La cuestión viene a cuento en sí misma, pero también para tirar del hilo del espíritu de la Web 2.0 al que hacía referencia en un ‘post anterior‘. Vicente Verdú concluye que:
¿Cómo admitir que la infeliz ordenación de la existencia laboral deba asumirse sin protesta? […] El fracaso de las utopías sociales arruinó las ideologías políticas del siglo XX, fomentó el escepticismo sobre los programas y desacreditó a los líderes políticos. Hace ya tiempo que la esperanza en la transformación del sistema parece enterrada […] y nadie, prácticamente, se asocia para cambiar los fundamentos del sistema. En cuanto a los gobiernos y sus líderes, se hallan tan absorbidos en el arduo empeño de mantener el poder o conquistarlo que la población constituye un borroso paisaje de electores, vagas aglomeraciones humanas que votan o se encrespan tan sólo por un rato.
En un entorno afín a Internet y las tecnologías, esta declaración tiene todos los atributos de una causa que se apoyara en la Web 2.0. Pero, por el momento, el espíritu dominante en la Web 2.0 parece otro. Más cercano al de las tantas relaciones superficiales y banalidades microblogeadas que enamoran a unos cuantos TIC-ilustrados y valorizan a los accionistas de Facebook y MySpace, por ejemplo.
Pero hay alternativas. Por lo menos, pueden pensarse, que siempre es el primer paso.
Cualquier comentario, de adhesión o crítica, será bienvenido, como siempre.
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