Archivo diario: noviembre 21, 2007

Identidad, proyectos y tecnologías …

Está emergiendo durante los últimas semanas un cierto debate sobre la situación y el futuro de la economía de Cataluña (que quizá no se extienda a la española hasta después de las elecciones de Marzo). Las manifiestaciones de ese debate incluyen (pero no sólo) un documento reciente del Cercle d’Economia sobre la responsabilidad del empresariado y una mayor concentración de los articulistas sobre esta temática.

En La Vanguardia del sábado pasado, el economista Xavier Sala i Martín, ponía el acento en cómo la identidad de los (empresarios) catalanes podría estar influyendo (negativamente) en sus proyectos:

¿No será que la ciudadanía catalana en general, y el empresariado en particular, es cada vez menos cosmopolita y más localista?

En esta caracterización sociológica, los cosmopolitas tienen una orientación y un marco de referencia universal, mientras que los localistas lo tienen más local. A partir de ahí, los cosmopolitas triunfarían porque valen y no les importa la competencia; los localistas triunfarían por sus conexiones, por lo que su prioridad sería buscar protección.

Supongo que debe ser significativo que el documento del Circulo de Economía incida también en este punto, cuando señala que:

El empresariado catalán lideró la industrialización española, se desarrolló sólidamente en el marco de una España cerrada al exterior, y supo aprovechar su incorporación a la CEE en 1986. Una entrada en Europa que le sirvió para consolidar un amplio grupo de empresas familiares. Sin embargo, parece desorientado ante la globalización económica.

En este contexto, Sala i Martín acaba dejando en el aire como pregunta clave la siguiente:

¿Qué tipo de identidad queremos para Catalunya? ¿Localista o cosmopolita?

No la primera vez que la cuestión de la identidad, se relaciona con la economía y con la globalización. En el segundo volumen de su famosa trilogía sobre la sociedad red, Manuel Castells distingue tres tipos de identidad: La identidad de negación («yo no soy …»), la identidad de legitimidad (a veces cohesionada alrededor de instituciones) y la que denomina «identidad de proyecto», que se construye a partir objetivos personales o sociales que se pretende alcanzar.

Mi impresión es que muy probablemente tenemos déficit de proyecto, que pienso que a lo que apunta también en La Vanguardia del fin de semana, el periodista económico Manel Pérez en un artículo titulado «El dilema del modelo catalán», cuando diagnostica «la ausencia de un liderazgo integrador«.

Un vacío que, entre otras cosas, se traslada a la cuestión de nuestro futuro en la sociedad de la información. Existe en Cataluña un consenso bastante afinado sobre las infraestructuras físicas que Cataluña necesita para ganar competitividad en un modelo industrial que aún no se ha agotado. Pero hay mucho menor consenso en cuáles son o tendrían que ser los proyectos de Cataluña para el progreso económico la sociedad de la información.

Para acabar con una nota de, a mi entender, fundado aunque contenido optimismo, citaré un último artículo de La Vanguardia del fin de semana, a pesar de que Ramón Aymerich lo haya titulado «El Desconcierto». Su opinión es que es muy posible que

«lo más prometedor de la realidad empresarial catalana sean ahora mismo esas pequeñas empresas dinámicas y globales que sí arriesgan».

Intuyo además que muchos de esos poco conocidos empresarios no sólo tienen proyecto sino que utilizan las tecnologías de la información de modo más intenso que la media.

La cuestión, me parece a mí, es que los conocemos poco y quizá no se les da el entorno más apropiado para desarrollarse.

¿Se les conoce? ¿Conocemos sus proyectos, sus expectativas, sus requisitos? ¿Podrían ser el núcleo de una estrategia de futuro, del enriquecimiento del proyecto de país? ¿Cómo conseguirlo?

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